sábado, 13 de marzo de 2010



Fragmento de Tiempo trenzado
de Xesús Vázquez
DV. 1h 54 min 59s
2007-2009
Música: Cenizas V
DVD editado por la Fundación Luis Seoane
A Coruña, 2010

lunes, 1 de marzo de 2010

Humo
Tenemos que encontrar frases verdaderas
Ingeborg Bachmann

Entre la espuma de las olas al romper en la playa y el horizonte hay anclados, en dos franjas bastante separadas, cuatro cargueros y tres embarcaciones de recreo. Piensas que forman un todo armónico a pesar de lo azaroso de su posición.
En el paisaje natural, el azar de la distribución de árboles y rocas, los colores que se observan y las dimensiones de los elementos o las formas que las nubes van tomando, nunca nos inducen a pensar que la naturaleza se ha equivocado. Consideramos que el panorama es hermoso.
Ante un cuadro de Jackson Pollock tendemos a pensar que lo azaroso es la substancia principal de su construcción. Sin embargo, las fotos que Hans Namuth tomó en su estudio entre julio y octubre de 1950 muestran a un artista sumido en una tensa concentración, que atiende y observa cada milímetro de la tela. Su danza de goteos y lanzamientos, congelada por Namuth en cerca de quinientas fotografías, ilustran un simulacro de azar sólo sostenido en lo incontrolable de la dispersión de las salpicaduras de las gotas y en los deslizamientos de las masas de color principales.
Aparece la intuición de que algo guía el deambular del artista alrededor del cuadro goteado como un firmamento de verano. La agitación, la concentración, los lanzamientos de pintura y goteos, los recorridos por el cuadro, parecen responder, más que al seguimiento de una cartografía previamente aceptada, al tenso acecho de un orden.
¿Qué nos hace asimilar como cosa ordenada, en un paisaje natural, lo que no es sino producto de la casualidad, del caos? ¿Por qué admiramos la “belleza” de cordilleras, glaciares, estepas, sabanas, desiertos u océanos, su fuerza abrumadora que nos reduce a un estado de melancólica hipnosis? Sabemos que existen causas geológicas, climáticas, electromagnéticas, erosivas que, ciega y gratuitamente, fabrican la topografía de la materia que vemos y habitamos, y que cada época, con los conocimientos que hereda y los que elabora, diseña su explicación última de la realidad y construye la senda del futuro sin caer en la desesperanza al ver, cada vez con mayor claridad, que el plan no es más que un vector de dirección prácticamente infinito; que no define sino el deseo de encontrar eso a lo que la física alude como teoría unificada. El incompleto y ansioso bloque de conocimientos acumulados nos indica la existencia de reglas y fuerzas que determinan la composición y comportamiento del mundo material, y nosotros, lejos ya de la caverna -aunque no demasiado-, aun ajenos a la especialización científica o al margen de ella, sentimos la existencia de un orden cósmico. Y quizás nuestro aturdimiento ante la “belleza” natural no sea sino el reconocimiento de la existencia de ese incomprensible, amenazante y majestuoso orden.